El Santo que resultó ser ateo

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Es muy cómodo juzgar desde el sillón del salón, y más aún divagar desde la privilegiada posición del periodista que cree poseer algún tipo de superioridad moral o disponer de una elevada razón cósmica, cuyo origen desconocemos. Ante todo debo indicar que un servidor trató de apartarse de aquellas corrientes pseudofutbolísticas y antimadridistas –no en la forma, sí en el fondo- que azotaban día sí, día también, el archiconocido “tema Casillas”. Tal vez por una cuestión sentimental acabé sucumbiendo –por momentos- a la caverna, dolido por una situación contradictoria que realmente nunca entendí, ni entenderé.

Primero querría aclarar que los siguientes razonamientos no son elitistas ni aplicables solo al Madrid, sino válidos para todo el mundo del fútbol. Yo hablaré desde mi situación. Me producen bastante repugnancia los términos siguientes: “mourinhistas”, “casillistas”, antis y derivados varios. Me causa urticaria escucharlos de la boca de individuos que se jactan de ser “madridistas de cuna”. El Real es un club de fútbol, no un club de patéticos e ideologizados dicharacheros. O eres madridista -y punto- o no eres nada relacionado con el Real Madrid. Puestas estas bases personales, toca discutir por qué un amplísimo grupo de aficionados madridistas –de los de verdad- se siente traicionado por el mejor portero de la historia del fútbol. Enfadados, tristes, decepcionados y aliviados.

Enfadados porque Íker Casillas dedicó sus últimos años en el club a dividir al vestuario, escudarse en la prensa, lanzar mierda al club, provocar la salida de queridísimos futbolistas cansados del ambiente hostil del vestuario –Xabi, Diego López y compañía- y manchar el nombre de este ilustrísimo club. Un rey que utilizó su poder para no dejar el trono que por sus condiciones profesionales ya no podía ocupar. En vez de abdicar con elegancia, nombrar un poderoso heredero o confiar sus asuntos en un valido, decidió ser un tirano.

Y quien no quiera creer esto tiene a su libre disposición declaraciones y hechos de estos últimos años. Echarle la culpa al entrenador que le tocó lidiar con el declive futbolístico de un “Dios” es ser simplista e irracional. Cierta prensa hizo propaganda a favor de Casillas para que José Mourinho fuera el culpable de una situación que en su esencia no tiene culpables. Con lo fácil y natural que hubiera sido gestionar la caída de un ídolo que siempre amó a su club y a sus aficionados. Gerrard, Pirlo, Lampard, Puyol o Totti son claros ejemplos. Pero ni el propio Casillas, ni Florentino, cada uno con sus intereses, supieron comportarse como señores.

Tristes porque Íker Casillas era un referente, un ejemplo y una poderosa razón del madridismo para sonreír en la lamentable época de los entrenadores mediocres, los futbolistas deficientes, la sequía de títulos y la corrupción de Ramón Calderón que nos azotó. Con Raúl en su cuesta abajo, tener a Íker era una motivación inexplicable. Nos sentíamos invencibles. Creo que hablo por todos los madridistas, no he admirado a un futbolista tanto –Raúl aparte- en toda mi vida. Casillas nos infundía valor.


Y valores. Porque lo importante son los valores. Nunca nadie le admiró por “lo que había ganado” ni ese tipo de falacias que nos vende la prensa. ¿Qué ganó Totti en su carrera? ¿Acaso eso le importa a sus admiradores? Ni le critico por su pobre rendimiento. No, Casillas no era un ganador por sus títulos, sino por su valentía. Cuando conseguimos la Décima señaló el número tres con los dedos, las tres que él posee, y nos las diez que tiene el Real Madrid. Ya no era un ganador, sino un egoísta ambicioso. A los más críticos con Íker también nos duele su salida. No es fácil aceptar que la misma persona que nos enseñó y regaló tanto sea un cobarde.

Decepcionados porque Casillas nos traicionó. Nos mostró su cara más amable, su amor por lo colores y su coraje cuando todo iba de cara. Pero era solo una máscara. Mientras fue el mejor todo era idílico, no obstante son los malos momentos los que separan a las personas en valientes y cobardes. El objetivo de Casillas, a posteriori, fueron siempre el poder, la fama y el dinero;  no el club. El capitán fue el primero en saltar del barco. Sus lágrimas en la rueda de prensa no son falsas, su tristeza no es forzada. El madridismo de Casillas es fácil de reconocer, el problema es que siempre tuvo su propio madridismo. Como el que entra en un grupo de amigos y se gana su confianza para conseguir a esa chica tan bella y codiciada. Un amigo fiel, leal y comprometido. Hasta que ella se fue con otro. Entonces su grupo de amigos desapareció de su vida, ya que nunca fueron un fin, sino un medio.

Y, por último, aliviados. Aliviados porque esta guerra infantil se acaba. Esta guerra que la prensa comenzó contra José Mourinho, que José Mourinho empezó contra la prensa, que el club no supo parar hasta que la batalla se filtró por sus pasillos y vestuarios. Esta guerra que ha dejado heridos  y vencidos, pero no vencedores. Han sido años con alegrías –la Décima como punto álgido- pero con una odiosa sensación de vacío, de que a todo esto le faltaba un significado completo. Ya se marcha uno de los culpables. Qué ingenuos eran los que creyeron que por echar a la víctima disfrazada de culpable sus problemas iban a desaparecer. Saludos a José y a Aitor.

Ojalá empiece una nueva etapa, en la que solo se hable de fútbol, y sin prejuicios de por medio. Solo falta destronar al principal causante de estos males -pudo frenar lo de Casillas hace mucho tiempo-: Florentino Pérez. Hasta entonces despedimos con sentimientos enfrentados al mejor portero de la historia del club, de España y del mundo. Un ídolo que se autodestruyó y que con él se llevo a los que más le querían. Un líder que no entendió que su liderazgo era otorgado, no de su exclusiva propiedad.

Un Santo que resultó ser ateo.

Hasta nunca.

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